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La semana pasada, viendo en Instagram un hashtag #whywetri llegué a preguntarme por qué hacía triatlón.
Creo sinceramente que, independiente del nivel de cada uno en este deporte, hay que tomarse el tiempo de preguntarse “¿por qué hago triatlón?”
El triatlón es un deporte muy exigente, ya que tenemos que entrenar 3 disciplinas distintas. Entonces, hacer calzar los entrenamientos con los horarios laborales, con la vida familiar y con la vida social, es muy complicado. Rápidamente uno aprende a vivir cansado toda la semana por levantarse temprano para ir a la piscina y luego, cuando llega el tan deseado fin de semana, te levantas igual de temprano o peor para los famosos largos de bicicleta!
Por otra parte la inversión económica no es menor, ya que para comenzar necesitamos una bicicleta, casco, traje de agua, zapatillas… y una vez que por fin tienes todo lo necesario, descubres que siempre hay algo nuevo, algo mejor, algo que “necesitas” para tu desarrollo como triatleta. Y eso no tiene límites, encontrarás sin problemas bicicletas de $15,000 USD, zapatillas de $150 lucas y suma y sigue…
Luego vienen los gastos “escondidos”, la alimentación y los viajes. Te has puesto a sacar los cálculos de cuánto te sale de verdad un pedaleo largo en Chicureo por ejemplo? (bencina, peajes, bebida isotónica, geles, etc…) yo creo que estamos hablando fácilmente de 10 -15 lucas por entrenamiento. Y si lo hacemos con una competencia agregando la inscripción, los pasajes de avión (la multa por equipaje sobre-dimensionado de LAN)… no quiero ni pensarlo!
Finalmente, el esfuerzo que estamos exigiendo, a veces sin siquiera darnos cuenta, a nuestra pareja y/o familia… Todas estas personas que sin hacer triatlón te terminan escuchando hablar todo el día de frecuencia cardiaca, aerodinamismo, velocidad umbral, ruedas de perfil… Estas personas que despiertas toda las mañanas cuando te levantas para ir a nadar y que te tienen que aguantar cuando llegas agotado a la casa en la noche después de unos intervalos en la pista, o que no pueden salir hasta muy tarde una noche, porque al otro día madrugas. Estas mismas personas que te esperan horas en la meta de cada competencia, que pierden un fin de semana completo para verte pasar 2 minutos en una carrera.
Cada uno tendrá que pensarlo y encontrar lo que le hace levantarse cada mañana.
En mi caso les puedo contar que en estos años de triatlón aprendí algo muy importante: hay que disfrutar el camino. Sé qué varios triatletas sólo se enfocan en la meta, pero por favor no se olviden de todas las pequeñas alegrías del proceso. Una linda vista sobre la cordillera en un pedaleo, las tallas con los compañeros en el camarín de la piscina, esta sensación de deber cumplido después de un largo de trote. Cada pequeño logro en un entrenamiento se tiene que celebrar con una sonrisa!
En mi mismo club, varios no entienden por qué siempre elijo competir en carreras con circuitos complicados donde no es posible hacer un buen tiempo. Es por las mismas razones: disfrutar el camino. No quiero hacer un Ironman para pasar 9 horas mirando mi Garmin. Quiero nadar en aguas transparentes viendo el sol levantarse en el horizonte, quiero pedalear en campos de lavas o paisajes impresionantes de las montañas de los alpes, quiero correr la maratón al lado de un río, a través de campos o al borde del mar. Quiero llegar a la meta y decir “viví una experiencia única, lo sufrí, cada metro me dolía, pero quería ver lo que me iba a regalar el metro siguiente”.
Todos estos sacrificios que nos exige el triatlón merecen producir muchas alegrías. Así que los quiero ver a todos con una sonrisa enorme nadando, pedaleando o corriendo. Y por favor, que no sea sólo para la foto de la meta si no cada día y en cada metro!
